El Despertar Religioso
El Hombre Capaz de Dios (Capitulo I Catecismo de la Iglesia Católica)
Recomenzar
El bautismo
El año Cristiano
La fe
Proceso de maduración en la fe (método catequético)
Presentación del Domingo del Domingo de la Palabra de Dios: Aperuit Illis
El Decálogo: expresión de Amor
Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Historia del Corpus
La oración
El sacramento de la Penitencia
En muchas ocasiones, me han dicho: “mire padre, yo es que le puedo ayudar, pero ser catequista no sé, yo para eso no valgo”. ¿A qué eso, suena? Y yo siempre respondo, ¿sabes rezar? ¿Amas a Dios?
Si a las dos últimas preguntas respondemos si, todo es más sencillo, porque desde el bautismo tienes la Ayuda y el compromiso de anunciar, proclamar el amor de Dios. Si amas, puede enseñar a otro amar.
Ser catequista, no es más que responder a la llamada que Dios nos hace a todos: "Id hacer discípulos de todos los pueblos, anunciándoles el evangelio.”
El problema, para ser claro, es de compromiso. Compromiso con Dios, con la Iglesia, con tu parroquia, con los niños, con tu vocación.
El despertar a la vida de fe tiene dos momentos fundamentales: el primero en el bautismo y el segundo en el instante en el cual somos conscientes de que somos hijos de Dios. El bautismo, la mayoría de las personas, todavía hoy en día, lo recibimos cuando somos muy pequeños, tan pequeños que no somos conscientes de nuestra existencia y por tanto no somos conscientes de lo que recibimos. Como diría Aristóteles recibimos en potencia todo el gran don del bautismo. En la medida en que vamos aprendiendo quiénes somos, es decir, tomamos conciencia de nuestro ser, es el momento del despertar a la transcendencia, ese momento del despertar puede ser concreto o puede ser paulatino.
Si uno tiene la gran suerte de que en su familia le van educando en los valores cristianos, desde pequeño irá preparándose para tener ese despertar paulatino poco a poco hasta llegar al momento culmen del despertar. Podríamos decir que ese momento culmen puede inscribirse cuando uno empieza a santiguarse o a rezar por sí mismo, sin que sus padres se lo digan. Por el contrario, si es bautizado, pero no es educado en la fe, su despertar será más tardío y quizás solo empezará a desarrollarse en la medida en que, por razones sociales o tradicionales se acerque a la iglesia, (a la parroquia), normalmente para recibir la sagrada comunión. Es entonces cuando tienen lugar dos momentos: uno, un aceleramiento del despertar paulatino, que en los primeros casos ya se han dado; y otro, ese discurrir para ir acercándose a lo más maravilloso, al mayor don que hemos recibido de Dios que es la Eucaristía.
El gran problema hoy en día es no mostrar que Dios es amor; que Dios nos quiere con locura, que Dios nos ama y que nosotros tenemos que corresponder a ese amor. Eso es ser cristiano, ser hijos de Dios: un hijo que quiere a su Padre. Nosotros como hijos de Dios debemos querer corresponder a ese AMOR, pero para corresponder al amor hay que conocer al Amor, hay que conocer al objeto amado y ese es el gran problema.
Intentar educar en la fe, en ese gran despertar a base de conceptos, a base de axiomas que no muestran que Dios es amor.
Conocer a Dios es conocer a su obra creada, es conocer, admirar, venerar, extasiarse ante lo que él ha hecho.
¿Qué es Dios? Decimos que Dios es amor, decimos que el gran misterio de Dios es la Santísima Trinidad Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tenemos la gran suerte, la gran maravilla, el gran regalo, que Dios mismo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, se hizo carne, se encarnó en el seno virginal de María, para que cada uno de nosotros podamos conocer el objeto del AMOR. El verbo encarnándose se hace como uno de nosotros para que a nosotros nos sea sencillo poder conocerle y por tanto poder amarle. Además, podemos pregustarle en la Eucaristía.
El despertar religioso por tanto debe fundamentarse en mostrar a Jesús, enseñar quién es Jesús, enseñar lo que Jesús nos ha dicho, lo que Jesús nos ha enseñado; en definitiva, es mostrar cómo debemos vivir en Cristo. Si, es la vida en Cristo, la vida de Jesús, la cual debe fundamentarse en Jesucristo, debe ser Él, el centro de nuestra vida, el centro de la existencia humana y eso es lo que hemos de enseñar.
No es fácil, en el mundo de hoy, lo que vivimos, no es “vida en Cristo” y no lo es; porque nuestra sociedad ha sido descatolizada, mundanizada eliminando toda referencia a Dios; una sociedad en la cual lo que prima es el egoísmo, el hedonismo, el consumismo; no es fácil trascender, pero que no sea fácil no significa que sea imposible.
Es posible, no por nuestra propia fuerza, sino con la gracia de Dios. Por eso el inicio de la catequesis siempre debe basarse en lo primero: enseñar y transmitir que Dios es amor; no como algo impositivo, no como algo aprendido de memoria, sin experimentar; sino que debe ser vivenciado, hemos de vivir, amar.
Los primeros momentos de la catequesis deben mostrarse siempre con alegría, con la alegría de sabernos hijos de Dios y cómo transmitimos nosotros esa alegría. Por eso es muy importante que los primeros momentos, las primeras sesiones, se fundamenten en mostrar la cara amable de Dios, que nos ama: jugando, cantando, riendo.
Es muy importante en la primera etapa del despertar religioso que no se vea la catequesis como algo similar a una clase del colegio, cometeríamos un gran error; hemos de centrarnos en transmitir con alegría que Jesús de verdad nos quiere, por eso junto con la señal de la cruz, lo más importante es enseñar que en el Sagrario, es donde está la Eucaristía (Jesús); desde el primer día, mostramos que es el lugar más importante para nosotros, que es el centro de la iglesia y que por tanto es el centro de nuestra vida y el centro de la vida en Cristo, que es Cristo mismo.
Los primeros padres de la Iglesia nos enseñaron lo importante de transmitir la fe “ex-auditur” por el oído, a base de repetir y de repetir y repetir; y está ha de ser nuestra tarea: con amabilidad, con sencillez, con alegría; Jesús nos ama.
Jesús te quiere, quiero es querer que tú y yo estemos pegados a Él pero no como algo teórico; sino como vivencia de nuestra vida, por eso junto con la señal de la cruz y el Sagrario; también es importante enseñar a hacer la genuflexión, cómo ponemos la rodilla derecha en el suelo casi formando un ángulo recto con el resto de nuestro cuerpo como signo de reverencia a Jesús-Eucaristía, y ese ha de ser nuestro comienzo; repetir y enseñar, mostrar Dios es amor, Dios te quiere, te conoce, y hay que hacerlo con alegría y amabilidad
Hay una gran dificultad y es transmitir la vida en Cristo sin vivir en Cristo; es como pretender enseñar a jugar al fútbol sin una pelota o pretender enseñar a conducir sin un coche por eso exige de nosotros, los que nos dedicamos a transmitir la vida en Cristo, (para que pueda producirse el despertar religioso), nos exige oración, compromiso; un compromiso personal con Cristo.
Las oraciones básicas del cristiano Padrenuestro, Ave María, Jesusito de mi vida; son las primeras oraciones que cada uno de nosotros hemos aprendido; y que debemos enseñar. En la más tierna infancia, lo primero es enseñar, casi sin explicar lo que significan las palabras, de memoria las oraciones, para que repitiendo podamos de verdad aprender, entender y vivir lo que en esas oraciones decimos.
Cuando expresamos “Jesusito de mi vida eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón tómalo tuyo es mío no” estamos mostrando como Dios, la segunda persona Santísima Trinidad: Jesús se hizo hombre por nosotros, que es niño porque fue niño, como lo hemos sido cada uno de nosotros y por eso le queremos, le ofrecemos nuestro corazón: “busca reflexionar si de verdad le ofrecemos nuestro corazón en nuestra vida” “tómalo tuyo es, mío no”. Ya nos lo dice Jesús: “no hay mayor ofrenda que el que ofrece su vida por sus amigos” nosotros debemos descubrir como Jesús es un solo Dios; no solo perfecto hombre si también nuestro amigo.
Para tener un amigo es necesario conocerle, tratarle; hablarle y eso es hacer oración. Hacer oración no es más que hablar con Dios. Esto es algo que suele sorprender mucho a los niños que todavía no han tenido ese despertar religioso, que pueden hablar con Dios, que no es un amigo imaginario, que no es una forma de decir, sino que realmente Jesús nos escucha y nosotros le hablamos.
Hemos mencionado, que un gran problema, es pretender hacer una sesión de catequesis para transmitir muchas cosas, muchos conceptos, muchas ideas, muchas historias y decimos que es un gran problema porque lo único que conseguimos es agotar, abrumar a los niños, sin que puedan asimilando los conceptos; más vale aprender a conocer poco a poco, que conocer muchas cosas que no van a quedar en nada.
¿De qué nos sirve conocer todas las cosas que hizo Jesús si nos las tomamos como una película? ¿cómo algo de Ciencia Ficción? No nos sirve de nada, ni tampoco tenemos que mostrar a los niños como si fuéramos grandes teólogos, grandes historiadores, grandes personas que lo conocemos todo de todo; todo lo contrario, debemos mostrar con sencillez, “con la sencillez de un niño” que Dios es amor; Dios, que nos quiere, que nosotros tenemos que quererle; mostrando así el gran misterio de Dios, mostrando con amabilidad, con alegría, con sencillez.
Conocer a cada niño, saber su nombre, conocer a sus padres, preocuparnos por ellos, nos ayuda a que llegue de verdad ese despertar y ese encuentro con Cristo.
El primer encuentro personal que uno tiene con Jesús puede haberlo uno grabado en su memoria o no; pero es verdad que si tiene lugar ese momento en el cual he experimentado que le digo a Jesús te quiero y no porque alguien me lo haya dicho, ni porque alguien me diga que lo repita sino que ha salido profundamente de mi interior; Y hago mías las palabras de tantos santos cuánto te quiero, quiero en ti señor, confío en ti, pongo mis manos, mis labios, mi pensamiento, mi corazón, mi ser: “tómalo tuyo es mío no”.
La oración por tanto es un elemento esencial en el despertar religioso, a base de repetir y repetir conseguimos que la persona vaya poco a poco contactando con el Señor de los Señores y ese contacto implica conocimiento, ese conocimiento debe desembocar en el amor. Pero, ¡Ojo! No se trata de ser papagayos.
Junto a las actitudes básicas que hemos mostrado hasta ahora en el despertar religioso hay que ir desarrollando los valores cristianos auténticos, es decir hay que enseñar a los niños a ser sinceros, laboriosos, generosos, sacrificados, alegres y eso como hemos dicho en otros momentos es algo que se transmite. Se transmite la generosidad entregándose a los demás, se transmite la laboriosidad trabajando, se transmite la sinceridad siendo sinceros, se transmite el sacrificio siendo sacrificados, se transmite la alegría siendo alegres.
No podemos transmitir el amor de Dios, enseñar lo maravilloso que es Dios con tristeza con enfado, con desgana; eso implica que debo prepararme las cosas prepararme la sesión de catequesis; de cambiar, cuando entro en contacto con los niños, tengo que cambiar de verdad, de mirada, de expresión, de lenguaje…
Los niños no son tontos, como no son tontos no hay que hablarles como a tontos; sino que hay que hablarles para que entiendan las cosas; por tanto, utilizaremos ejemplos metáforas y símiles; parábolas como utilizaba Jesús para transmitir una verdad, pero no hace falta decirles: “lo entendéis”; lo repetiremos una y otra vez. Repetir una y otra vez es lo que llamamos hábito.
El hábito nos dice la filosofía griega es ese acto repetitivo, es decir lo que hacemos muchas veces; si ese acto repetitivo es bueno o es malo tendrá el calificativo de virtud o de vicio; es muy importante educar en virtud; utilicemos ejemplos que le sirvan a los niños, pensemos en el día a día cotidiano, pero con positividad.
Pongamos un ejemplo; para que un niño haga los deberes que le mandan en el colegio se puede utilizar el argumento de autoridad y de castigo; de premio-recompensa, pero también podemos utilizar otra argumentación: que van a tener más tiempo para dedicar a lo que ellos les gusta. Simple ejemplos que nos muestra lo positivo (de lo negativo ya se encarga el mundo de hoy mostrando, transmitiendo, la negatividad y el pesimismo propios del príncipe de las tinieblas.) Nosotros siempre debemos transmitir optimismo, positividad, eso lo conseguimos si no esforzamos por ser optimistas y positivos interiormente.
La alegría, el positivismo son virtudes que hay que transmitir y para transmitirlas hay que tenerlas por eso es muy bueno que el misionero, que el catequista, en definitiva, el cristiano que va a ayudar a otros en su despertar religioso debe mostrar esa alegría y su optimismo propio de los hijos de Dios.
Hay que hacer siempre un esfuerzo para evitar caer en ese pesimismo, las fuerzas decaen y es más difícil transmitir esa alegría, por eso, siempre, antes de empezar un momento de catequesis, de misión, de charla, como queramos llamarle, es necesario invocar al Espíritu Santo es necesario pedirle luces y pedirle fuerzas, es necesario pedirle la alegría propia de los hijos de Dios. Hay que hacer el gran esfuerzo de dejar a un lado nuestros problemas personales, las cosas que nos pasan en casa, en la familia, en el trabajo, entre otras personas, incluso nuestro propio estado de ánimo, hay que darse cuenta de que en ese momento no somos transmisores de la energía de Cristo, sino que somos transmisores del mismo Jesús. No hay que tener miedo a ser pequeños juglares de Dios o como diría algún santo, incluso a ser payasos de Dios; más vale transmitir la alegría de Cristo haciendo de payaso, de juglar, haciendo o provocando la sonrisa de un niño; que intentar a través de una gran clase magistral con palabras muy rebuscadas, transmitir a veces incluso que estamos enfadados y que estamos diciendo que Jesús es alegría, pero para mí no lo es.
El fundamento de la vida del cristiano es la vida en Cristo. El cristiano debe vivir en Cristo, debe vivir por Cristo, debe vivir para Cristo. Este es el fundamento del seguimiento de Jesús, vivir en Cristo o dicho por la expresión de varios autores espirituales y varios de los teólogos moralistas la “vida en Cristo”.
Después de haber encontrado a Dios, después de haber experimentado ese primer acercamiento o como hemos llamado después del despertar religioso; la tarea más importante y difícil, que le lleva al ser humano toda su vida terrenal y en esa tarea que no es otra cosa que vivir en Cristo, hay que distinguir dos aspectos muy importantes que van muy unidos por un lado la formación por otro lado la práctica religiosa. Estos aspectos van juntos; la práctica religiosa es formación y la formación nos lleva a la práctica religiosa, por el ser humano es uno, no podemos separarnos ni dividirnos en dos; es una cuestión de unidad de vida.
La formación no es información, uno puede saber mucho y no haberlo interiorizado, no haberlo asimilado. Pongamos un ejemplo: uno puede saber que en un equipo de fútbol hay 11 jugadores, puede saber que hay un portero, que hay defensas, que hay unos centrocampistas, y que hay unos delanteros; pero eso no es suficiente para jugar al fútbol. Eso es saber unos datos, pero no capacita a una persona para jugar al fútbol, hay que saber las normas, hay que saber las prácticas y hay que ejercitarse, pues lo mismo nos pasa en la Vida en Cristo, nos en pasa la vida del cristiano o bien en la vida de Piedad; son sinónimos.
Podemos llamar vida espiritual, Vida en Cristo, Vida interior, son todo sinónimos y muchas otras expresiones que se pueden utilizar para decir una misma cosa que es: como me relaciono yo con DIOS.
Para relacionarme con Dios necesito formarme, y debe ser constante. Quizás la mayor tentación que puede cometer una persona es pensar que ya está formada; que ya ha vivido; ya le han informado; ya con su edad no tiene nada que aprender. Si sucumbiéramos a esa tentación hubiéramos naufragado. Un marino sabe perfectamente que por mucho que tenga experiencia en la mar, sabe que tiene que ir aprendiendo constantemente, las olas nunca son las mismas, las tempestades tampoco, las circunstancias que pueden producirse por mucha experiencia que uno tenga, de haber navegado, sabe que son múltiples y diversas; porque el mar nunca es el mismo, el agua nunca es la misma, el clima nunca es el mismo y las embarcaciones tampoco. Y sobre todo las relaciones de los seres humanos tampoco son las mismas.
El ser humano según va creciendo va teniendo diversas reacciones ante mismos hechos porque va cambiando, va avanzando; un mismo acontecimiento tiene diversas reacciones. No es lo mismo, por ejemplo, el calor que siente un niño con cinco años que con 15, que con 20, 30, 50, 70 o, 90 años; no es lo mismo. El calor es el mismo, la temperatura externa es la misma, pero nuestro cuerpo lo experimenta de manera diversa y aunque, por la experiencia de la vida podemos combatirlo, la respuesta de nuestro cuerpo biológico es distinta; pues lo mismo nos pasa en el campo espiritual. Por eso es necesaria la formación constante y este es el primer punto importante: formarse no es informarse.
Formarse es asimilar y vivir en nosotros lo que vamos aprendiendo en todos los aspectos de la vida, pero nos centramos en el aspecto de nuestra vida en Cristo de la vida espiritual a semejanza de lo que nos ocurre también en otros aspectos de la vida. Pongamos un ejemplo quizás algunos han podido tener la experiencia de por ejemplo aprender algo de informática; como puede ser escribir en un ordenador, utilizar determinados programas. Si aprende un día y no se practica; es muy común que pase el tiempo, los días, los meses, incluso los años y ya no sabe funcionar; porque en realidad, aunque tenga la información de cómo llevar a cabo, no es capaz porque le falta la práctica. Estudió cómo hacerlo, pero no ha practicado y por tanto ya no sabe cómo llevarlo a cabo. Se ha informado, pero no se ha formado. En la vida espiritual, en nuestra vida en Cristo, nos pasa exactamente lo mismo, solo que, como vamos cambiando, nuestras reacciones como decíamos anteriormente son distintas y por tanto la formación tiene que ser constante. Uno puede leer la Sagrada Escritura el mismo pasaje a lo largo de su vida muchas veces y cada vez que la lee con seguridad le sugerirá cosas distintas porque la vida es distinta y sobre todo porque la Sagrada Escritura, la Biblia, es viva y eficaz. Pero también nos pasa con los libros, en los medios de formación, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica; cuando éramos pequeñitos nosotros hemos aprendido determinados puntos, incluso casi de memoria, pero si no lo hemos vuelto a leer, habrá cosas que se nos hayan olvidado.
Tenemos la esperanza de que, si lo volvemos a leer, descubrimos cosas nuevas; ¿por qué? porque nos fijamos en cosas distintas y porque vamos asimilando, y vamos formándonos poco a poco, y vamos profundizando. Por tanto, la formación es esencial en la vida del cristiano, da igual la edad que tengamos, siempre tenemos que estar formándonos. Y esto puede ser de diversos modos, múltiples medios de formación; puedes leer un libro espiritual, un libro teológico, un libro cultural o puede ser la escucha de una plática, una predicación, una consideración, una meditación como consejo, una película formativa en múltiples medios de formación que debemos cultivar y debemos utilizar. Si en algún momento podemos tener la tentación de decir ya estoy formado habremos fracasado; da igual nuestra condición, nuestra edad, nuestros estudios. La formación tiene que ser constante y permanente. Es verdad que puede haber momentos en los cuales tiene que ser más intensa pero siempre tiene que haber un mínimo de formación. La formación en la vida del cristiano es esencial y es fundamental.
La vida espiritual, la vida en Cristo, la vida de Piedad, todos son sinónimos y es una consecuencia lógica de la formación la práctica religiosa; es como decíamos antes, la manera concreta de cómo yo me relaciono con Dios.
Me relaciono con Dios “desde que abro los ojos hasta que los cierro; desde que me levanto, hasta que me acuesto, porque soy hijo de Dios las 24 horas del día”. Eso es lo que significa esa llamada que hemos recibido de Dios; la llamada a la santidad. Es lo que recibimos en el bautismo con esa gracia fundamental; y qué es esa llamada a ser santos; son palabras de Jesús “ser perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” solos no podemos lograrlo, con la ayuda de Dios, es decir con la gracia de Dios, SI.
Se suele utilizar la expresión ideal de santidad, quizás es una expresión errónea y negativa porque la palabra ideal suele relacionarse con algo inalcanzable, algo a lo cual no podemos llegar, y es falso. Es falso por la simple razón que el testimonio más claro que tenemos es la misma expresión de Jesús ser perfectos como vuestro padre celestial es perfecto como dirían los grandes teólogos: Dios nunca se equivoca y Dios no puede contradecirse. No podríamos decir que Dios nos ha mentido: no nos puede decir: ser perfectos; si jamás podremos llegar a alcanzar esa santidad; esa perfección por tanto es posible. La palabra ideal nos suele engañar; quizás para justificar nuestra podredumbre, nuestra miseria nuestra poquedad, o simplemente nuestra pereza.
La vida de Piedad es la manera concreta de cómo yo, individuo, persona, ser humano, hijo de Dios, me relaciono con Dios: si le amo y no. En la medida en que yo intensifico mucho más mi relación con Dios, mayor, más profunda, más continua, más perfecta será mi vida en Cristo. Estaré más enemorado de Dios, y por tanto corresponderé mas a su amor.
Analicemos brevemente la experiencia cotidiana que nos encontramos hoy en día; podríamos decir que nos encontramos personas ateas; es decir personas que de manera concreta afirman que no creen en Dios; que han llegado a través de una disertación personal, intelectual, que no creen en Dios; podíamos hablar mucho sobre este punto; pero Dios solo sabe lo que cada ser humano tiene en su interior y no basta simplemente con quedarnos con lo que dice una persona externamente. Pero por clasificar vamos a quedarnos que puede haber personas que sean ateas; otras personas que podríamos decir que son agnósticas; que, a través de su desarrollo intelectual, su pensamiento, han llegado a la conclusión de que no saben si existe o no existe Dios; hay otra realidad que son los creyentes es decir aquellos que creen en Dios.
Es ¿cómo creen en Dios? ¿cuál es esa vida en Cristo? nos podemos encontrar múltiples realidades.
Hay personas que afirman creer en Dios, pero de la misma manera afirman que no tienen ninguna experiencia religiosa no tienen ningún contacto aparentemente con Dios, dicen creer en Dios, pero no tienen ninguna práctica. Quizás cuando hay algún acontecimiento esencial en su vida pueden en algún momento pues manifestar esa creencia simplemente con la expresión “Dios ayúdame”, pero eso es como un hito, un momento interior, pero viven como si no creyeran, es decir no se atreven a negar a Dios, pero viven como si Dios no existiera.
Hay personas que creen en Dios y que limitan su creencia, su experiencia religiosa a los acontecimientos importantes de la vida nacimiento y muerte, enlace matrimonial y quizás en algunos momentos o algunas fiestas concretas, todavía por la tradición popular o personal. Son personas que limitan su experiencia religiosa a unos momentos concretos y con eso se sienten liberados; más que liberados, se sienten justificados.
Por ejemplo, aquellas personas que a lo largo del año no tienen ninguna práctica religiosa, pero al llegar la Semana Santa experimentan un gran fervor el Viernes Santo ante el acontecimiento de una procesión por ejemplo o la virgen de los Dolores o al Cristo crucificado. La justificación para esas personas, es decir su práctica religiosa, para tranquilizar su conciencia se limita exclusivamente algún acto de piedad externo les puede producir muchísimo llanto emoción y al día siguiente olvidarse ya hasta el año siguiente o como en algunas en algunos lugares podemos ver como la tradición popular lleva a portar por ejemplo en procesión un santo y con eso pensar que uno ya está justificado y ya está haciendo algo por Dios y por tanto en eso se limita su vida en Cristo podríamos decir que esa creencia con alguna experiencia externa y alguna petición quizás momentánea, momento de oración breve simple con la expresión “Dios ayúdame”; les lleva a quedarse tranquilos justificados como diría algún autor no hay mejor sordo que el que no quiere oír y en este caso del que estamos hablando no hay mejor engaño que el que quiere ser engañado por sí mismo es una experiencia infantil es una experiencia religiosa inmadura. Porque no han descubierto de verdad a Dios, es decir no han llevado a cabo su despertar religioso en este caso y en el caso anterior hay un déficit profundo en la raíz de la formación cristiana es decir del despertar cristiano en estos casos esas personas recibieron algunos sacramentos en su niñez, pero no se llevó a cabo auténticamente el despertar religioso y el segundo paso que es el seguimiento en Cristo o dicho en palabras más teológicas más tradicionales no se llevó la mistagogía.
Encontramos no pocas personas, que creen en Dios, que tienen experiencia religiosa pero no tienen auténtica vivencia religiosa, es decir por tradición por temor, por creencia básica afirman que creen en Dios van a misa casi todos los domingos; pero no tienen vivencia, es decir no viven lo que celebran, se limitan a asistir a un acto religioso, no participan plenamente de él, sino que asisten y con eso se sienten de alguna manera justificados quizás por tradición, quizás por una promesa, quizás por costumbre, pero en este caso como en tantos otros también ha fallado el despertar religioso; que es esa experiencia profunda de Dios, ese encuentro personal con Cristo y al no haber tenido ese encuentro personal con Cristo. No puede haber vivencia, realmente vivencia de fe. La fe, nos dirán los teólogos es el asentimiento de la inteligencia y la voluntad a la verdad revelada por Dios. Si no conozco la verdad revelada por Dios, difícilmente voy a asentir como mi inteligencia, con mi voluntad, con mis sentidos, con mi vida, a esa verdad de Dios definitiva; es una creencia vacía porque no han descubierto la gran maravilla, la gran maravilla del Amor de Dios, la gran maravilla del Amor con Dios, la gran maravilla del Amor en Dios.
En el transcurrir de la vida del cristiano de aquel que ha hecho bien su despertar religioso que vive en esa mistagogía; en ese esfuerzo de querer seguir a Jesús, en ese esfuerzo de vivir intensamente la vida en Cristo de experimentar constantemente ese amor. El amor en Cristo nace del amor de Cristo. El amor en Cristo solo puede originarse fundamentarse y erigirse en la Eucaristía.
La vivencia y por tanto la experiencia cristiana son: POR ,PARA y CON la Eucaristía; no se puede entender la vida de un cristiano sin la Eucaristía. La Eucaristía que es el mismo corazón de Cristo, es el fundamento de la vida del cristiano y de ahí nace esa experiencia maravillosa con Dios, porque es una vivencia de ese gran AMOR que Dios nos tiene.
Dios, Jesús, que se ha querido quedar con nosotros para entregarse, y esa entrega es un don de verdad; un don para que pregustemos aquí en la tierra, la gran maravilla del cielo, que es la presencia real del verbo de Dios. Eso es lo que Eucaristía; por eso la verdadera creencia con vivencia cristiana ha de estar fundamentada por la eucaristía; esa es la raíz de la vida interior, de la vida de Cristo, de la vida con Cristo, de la vida por Cristo.
En el despertar religioso se ha ido enseñando a descubrir la vivencia maravillosa de la Eucaristía, la mistagogía es el tiempo de seguimiento de Jesús; hemos de ayudar al cristiano a ir viviendo cada vez más esa gran experiencia que es la Santa misa.
La Santa misa no es para escucharla como el que escucha algo bonito piadoso, sino que, la santa misa es para vivirla, para consumirnos con Jesús en el cáliz y en la patena cuando recordamos la pasión a muerte y la resurrección de Jesús. Todos los días en el altar, estamos recordando el fundamento de nuestra salvación y recordándolo nos da la fuerza necesaria para seguir adelante, porque, es ahí donde está el fundamento de la vida del cristiano; en la celebración de la Eucaristía, de donde nacerán todos los demás actos de piedad.
El amor se demuestra con amor; el amor a Dios se demuestra con amor, con actos de amor.
¿Cómo podemos entender una persona pudiendo ir a misa no va? ¿cómo podemos entender que una persona enamorada que tiene la oportunidad de ver a la persona amada decida no hacerlo? Es incomprensible en la dinámica del amor; muy comprensible en la dinámica de la pereza, la tibieza que es el gran peligro la gran tentación de la experiencia cristiana, de la vivencia en Cristo.
Cuando me acostumbro, me digo: “es que siempre es lo mismo” no puede ser. ¿Alguien se imagina una pareja de enamorados que le diga a la otra persona a quien ama: “eres la misma persona que ayer y no te doy beso pues te lo doy que ayer?
No tiene sentido qué sentido tiene que un hijo le dé un beso a su madre diciendo: “te quiero”; y al día siguiente le diga: “bueno ya te di un beso ayer, que para que te voy a dar otro hoy” Ninguno podemos entender qué un hijo se acostumbre a decirle a su madre: “te quiero”. Como nunca una madre se acostumbra de decirle a su hijo: “te quiero”
Pues, igual nos pasa en la dinámica del amor en Cristo. La vida fuera de Cristo es desamor: “dejo la Eucaristía porque no es obligatorio” ¿dónde está escrito que un amado le diga a la amada: “te quiero”? ¿dónde está escrito que una madre le diga su hijo te quiero?
El esfuerzo de la vida en Cristo es seguir a Cristo; y ese seguir a Cristo tiene que fundamentarse en la Eucaristía. Ese es el fundamento de nuestra vida real, el gran secreto de la vivencia de la experiencia profunda del cristiano. En la medida en que yo me esfuerzo por vivir de Cristo, en la medida en que vivo, experimento el santo sacrificio, experimento mi encuentro con Dios y me da fuerzas para seguir cada día el camino que Cristo me marca.
Ahí la raíz la fuente, el culmen, de la vida del cristiano y de la búsqueda de la santidad; que tal manera que el cristiano cuando vive enfocado en la Eucaristía, como su principio, lo más importante en su vida, en su día a día, el resto de los actos de piedad que podemos y debemos hacer de nuestros encuentros con el Señor, en realidad llegarán en nuestra vida como encaja un guante en una mano, porque nos va ayudando a prepararnos a esa experiencia maravillosa del amor de Dios.
La vida interior, la lucha interior, la vida en Cristo, no es más que esa lucha contra nuestra tibieza, nuestra mediocridad, hasta pereza de enraizarnos en ese amor; a preparar toda nuestra vida para la gran Eucaristía, esto es lo que hemos de transmitir este es el gran secreto de la etapa de la mistagógica; es la gran tarea del enamorado, para enseñar al que va descubriendo el amor a enamorarse cada día más: “¡es cuestión de amor, no te excuses!”
Como recuerda el catecismo de la Iglesia Católica: " La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo, la fuente donde mana toda su fuerza" "La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres"
La catequesis es la educación en la fe de cada ser humano. Esa educación no es más que la configuración con Cristo. Cada ser humano debe parecerse cada día más a Jesucristo, y a eso es a lo que tiene que ayudar la catequesis. La catequesis no es la preparación a un sacramento. La misión del catequista es anunciar el evangelio de Jesucristo, de forma adecuada a la edad del catecúmeno, es ayudar a descubrir que Dios te ama; y que debes corresponder a ese Amor.
La catequesis por su misma naturaleza debe ser personalizada, esto entre otras cosas significa que cada catequista debe tener una especial preocupación por cada niño, rezando por él y ofreciendo algunas contrariedades.
Los catecúmenos han de saber las partes de la Santa Misa, así como participar activamente en ella. Por eso es muy importante que el catequista los anime, insista y acompañe a la misa de niños que hay en la parroquia todas las semanas. No hay que olvidar que la mejor catequesis es la participación en los sacramentos y en especial en la Santa Misa, así se hizo durante los primeros siglos del cristianismo. Pero, ante todo, el catecúmeno debe ir viviendo su fe, aprendiendo a dar motivos de su fe. Debe aprender a amar a Dios, rezando, frecuentando los sacramentos. La fe no se vive un día, se vive toda la vida.
El catequista tiene que procurar llegar con puntualidad a la parroquia el/los días que se ha comprometido, y en el caso de no poder asistir o de llegar tarde, avisar con tiempo suficiente al párroco por teléfono. Así mismo ha de procurar que los catecúmenos tengan cuidado con las instalaciones de la parroquia. No debe entrar ningún niño al local parroquial sin que esté su catequista (o sustituto). No se echa a ningún niño de clase, ni se deja un rato en el pasillo “a pensar”. Hay que tener especial cuidado con los niños en el baño, muchos no saben o no se acuerdan dónde está.
Cuando se llegue al local (no hace falta decirlo) se saluda a los presentes, tal y como hacemos en cada casa.
Los materiales que utilizaremos serán: Biblia, Catecismo de la Iglesia Católica, Catecismo Jesús es el Señor y página web: https://www.catequesisonline.es/ Además, podéis pedir libros y guías del catequista que tenemos en la parroquia, que os pueden servir para preparar las sesiones.
Las sesiones deben ser preparadas con antelación, y deben conjugar los elementos formativos-intelectuales con los elementos formativos-lúdicos… LA CATEQUESIS DURAN 45 MINUTOS
Un ejemplo de cómo distribuir la sesión puede ser:
-Parte teórica: Algunos principios ayudados por narraciones y de la web www.catequisonline.es que muchas veces gusta más a los niños, pues se separa de la dinámica del colegio (15 minutos)
-Parte litúrgica: Ir enseñando las partes de la misa (gestos posturas y contestaciones) y oraciones. (15 minutos)
-Parte teórico-lúdica: Aprender jugando (Trivial formativo, la Biblia en ordenador, …) (10 minutos)
-Parte participativa: Canciones. (5 minutos)
Cuando un catequista no pueda asistir a su sesión de catequesis o misa se procederá de la siguiente manera; si se sabe con mucho tiempo de antelación se comunica al párroco para poder organizarse mejor, si son imprevistos (sesión de catequesis) se le dice al párroco o en persona o por teléfono. Si es a misa se le dice también al párroco.
Cada catequista ha de procurar estar en dichas reuniones. Para 1º y 2º de catequesis la reunión en general, serán los días 4 y 5 de septiembre respectivamente a las 17:45. Antes de cada reunión se repartirá unos listados y se formaran equipos, para anotar los que pagan por TPV, por transferencia o en mano. Las reuniones con 3º son los días 6 y 13 cada gruo tene una hora especificada. Y las reuniones con los padres de postcomunión serán el día 15 a la hora de la catequesis.
Hay apoyos en esa web para casi todos los temas. Y Pueden utilizarse en la catequesis, pero no para que los niños se pasen la hora de catequesis presencial viendo un video, eso no. Como mucho se puede utilizar 5 minutos.
En el tablón principal hay unas listas para poner si falta un niño a catequesis. Sólo se pone una “F” en el día correspondiente si falta, sino no hay que poner nada.
En el armario de la entrada a los locales hay un casillero con las carpetas de cada grupo, allí se colocan las circulares y materiales individuales. Además de toda la información de cada niño. Si nos dan una autorización, u otro documento es allí donde debemos colocarlo,
Cada TERCER VIERNES DE MES A LAS 20 H tendremos una charla formativa específica, además de todas las otras actividades formativas que ofrece la parroquia.
Casi todos los meses intentaremos tener un breve encuentro lúdico, que nos ayude a conocernos más y ayudarnos también en el aspecto humano.
Del 2 al 6 de octubre
En el mes de octubre, (mes de las misiones y del rosario), les daremos a los niños un rosario y les explicaremos cómo se reza.
Los niños de 3º tendrán todos los meses un día de confesión; que será un día de catequesis; hay meses que ese día no hay catequesis, vienen los niños se confiesan y se van; hay que recordarlo siempre a los papas; otros, meses, se confesarán y luego tendrán catequesis. De la misma manera desde el mes del de octubre lo hacemos también con los niños de 2º y desde el mes de marzo con los niños de 1º.
Este año se hacen tres celebraciones como marca el calendario. Cada nivel preparará unos villancicos, que previamente se os darán (antes de octubre). Se invita a los niños de que vengan vestidos a modo de belén viviente. Se os darán más adelante una circular explicativa.
Dado las fechas de este año, hemos pensado que lo mejor es celebrarlo el día de la Candelaria que es el 2 de febrero en misas especiales para cada nivel.
Las entregas son un signo de la maduración en la fe. Serán el día 30 de marzo en misas especiales para cada nivel. A primero se les da los mandamientos, a segundo las bienaventuranzas y a tercero los sacramentos. Son unas pequeñas láminas explicando que es cada cosa. En las sesiones previas a los ritos se les explicará a los niños y a los padres en sus reuniones. A los niños desde 4º se les dará un comic sobre la vida de Jesús.
Como ya venimos haciendo cada año, en el mes de mayo invitamos a los niños a que todas las semanas traigan flores a la virgen y poesías. Cada día de catequesis se hace el mes de María en la Iglesia.
La semana antes de terminar el curso en el día previsto tendremos la merienda de fin de curso. Las encargadas de las dinámicas celebrativas nos darán ideas para poder hacer esa tarde.
Último día de catequesis. Misa especial con procesión. Hay que invitar a todos los niños y padres a colaborar.
Catequistas 2024/2025 y hemos de ser cuidadosos, no utilizarlo para cosas personales ni para hacer cadenas. Hay que hacer buen uso de ello. Sólo se utilizan para cosas de catequesis.
La misa de las familias: 12:30 y 18:30 h
(Partes participativas de los niños, padres y demás familia)
Consideraciones generales:
Seguiremos mandado la invitación a los grupos de WhatsApp.
Hemos de estar muy coordinados y organizados.
La tendencia es preparar las cosas con tiempo y con los niños, hacerles partícipes.
Si faltan los niños, intentamos que lo hagan otros, si no, pues paciencia. Pueden participar niños que no están en catequesis; pero siempre y cuando no haya niños de nuestra catequesis suficientes.
Durante los meses de septiembre y octubre los textos los preparan Cristina y el Párroco.
Momentos de participación
Monición de entrada:
Pueden hacerla un padre, un niño, varios padres, o varios niños (no más de 4)
En la monición se ha de indicar al motivo de la celebración (tiempo litúrgico, jornada especial, …, puede mencionarse las lecturas o algo significativo de ellas.
Si lo hacen niños lo hacen desde su sitio.
Acto penitencial
Pueden ser tres peticiones que pidan perdón a Dios por cosas generales; también puede hacerse a modo de canción o un gesto, o mostrar unas cartulinas y que lo repitan los niños; o simplemente hacer una invitación a recitar el “yo confieso”.
Lecturas
Deben leerlas personas que se les entienda y comprenda.
Pueden ser niños de postcomunión, padres, abuelos, tíos, hermanos…
Para la organización es mejor que se muevan todos a la vez.
Oración de los fieles
Deben ir de lo universal a lo particular. Siempre pedir por la Iglesia, sus miembros, la paz y los presentes.
El número debe ser entre 4 y 6 normalmente.
No hace falta que sean muy largas, es mejor ser breve, corto y claro, a los niños les viene mejor, y transmitimos mejor.
De momento y salvo fiestas especiales se hacen desde el sitio.
Cestos
Lo hacen padres o familiares.
Hay que asegurarse que se pasa por toda la Iglesia incluido el coro.
En las celebraciones muy especiales se hace procesión con el resto de las ofrendas.
Ofertorio (presentación de ofrendas)
Lo hacen los niños solos o con un familiar.
Normalmente presentamos el pan y el vino, pero pueden ofrecerse otras cosas como un trabajo de los niños, las huchas de infancia misionera, unas velas, unas flores… algo que tenga sentido.
Cuando se presente algo más que el pan y el vino hay que comunicarlo y hacer un pequeño texto que lo explique para leerlo.
Consagración
Hay que esforzase para que los niños se pongan de rodillas y no de cuclillas.
Comunión:
Es un momento para que los niños junto a las canciones se den cuenta del cuerpo y la sangre de Jesús.
Conviene estar pendiente de ellos, para que no hablen ni se duerman.
Acción de gracias
Puede ser una frase, varias, una canción, un gesto, un cartel.
Es acción de gracias por lo que hemos celebrado y recibido, es decir la misa.
Inicio de Curso 2 de septiembre a las 20 horas, en esa reunión se concretarán las siguientes reuniones. Que en el caso de no poderlas tener todos los meses todos los catequistas nos organizaremos personalmente y por grupo, depende de vuestras posibilidades.
Dado el espacio que tenemos y el número de niños, y las distintas actividades que tenemos, no hay un grupo con una sala determinada.
Como norma general la sala polivalente, (sala de la Virgen de la Almudena está preparada para ubicar de maneral inicial a todos los niños de una hora determinada. Una vez que han llegado los niños hay que ver qué grupos han venido realmente más niños, y qué actividades se van a hacer. Especial atención han de tener los niños de tercero que desde septiembre tienen que ir preparando su primera comunión. Para ello, en el tablón de la entrada hay un listado con los días, horas y con los niños que hacen la comunión.
Desde el 13 de septiembre (menos tercero que empieza el día 6) todas las semanas hay catequesis menos los días que se especifican más abajo.
A demás se ponen los días de las celebraciones especiales y de reuniones de padres para que podáis recordárselo. Respecto a los días de confesiones cuando hay dos horas es que hay catequesis después de la confesión, y cuando pone una franja horaria es que solo hay confesión y no hay catequesis.
El despertar a la vida de fe tiene dos momentos fundamentales: el primero en el bautismo y el segundo en el instante en el cual somos conscientes de que somos hijos de Dios. El bautismo, la mayoría de las personas, todavía hoy en día, lo recibimos cuando somos muy pequeños, tan pequeños que no somos conscientes de nuestra existencia y por tanto no somos conscientes de lo que recibimos. Como diría Aristóteles recibimos en potencia todo el gran don del bautismo. En la medida en que vamos aprendiendo quiénes somos, es decir, tomamos conciencia de nuestro ser, es el momento del despertar a la transcendencia, ese momento del despertar puede ser concreto o puede ser paulatino.
Si uno tiene la gran suerte de que en su familia le van educando en los valores cristianos, desde pequeño irá preparándose para tener ese despertar paulatino poco a poco hasta llegar al momento culmen del despertar. Podríamos decir que ese momento culmen puede inscribirse cuando uno empieza a santiguarse o a rezar por sí mismo, sin que sus padres se lo digan. Por el contrario, si es bautizado, pero no es educado en la fe, su despertar será más tardío y quizás solo empezará a desarrollarse en la medida en que, por razones sociales o tradicionales se acerque a la iglesia, (a la parroquia), normalmente para recibir la sagrada comunión. Es entonces cuando tienen lugar dos momentos: uno, un aceleramiento del despertar paulatino, que los primeros casos ya se han dado; y otro, ese discurrir para ir acercándose a lo más maravilloso, al mayor don que hemos recibido de Dios que es la Eucaristía.
El gran problema hoy en día es no mostrar que Dios es amor; que Dios nos quiere con locura, que Dios nos ama y que nosotros tenemos que corresponder a ese amor. Eso es ser cristiano, ser hijos de Dios: un hijo que quiere a su padre. Nosotros como hijos de Dios debemos querer corresponder a ese AMOR, pero para corresponder al amor hay que conocer al Amor, hay que conocer al objeto amado y ese es el gran problema. Intentar educar en la fe, en ese gran despertar a base de conceptos, a base de axiomas que no muestran que Dios es amor; Dios es amor, esa la esencia de Dios.
Conocer a Dios es conocer a su obra creada, es conocer, admirar, venerar, extasiarse ante lo que él ha hecho. ¿Qué es Dios? Decimos que Dios es amor, decimos que el gran misterio de Dios es la Santísima Trinidad Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tenemos la gran suerte, la gran maravilla, el gran regalo, que Dios mismo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, se hizo carne, se encarnó en el seno virginal de María, para que cada uno de nosotros podamos conocer el objeto del AMOR. El verbo encarnándose se hace como uno de nosotros para que a nosotros nos sea sencillo poder conocerle y por tanto poder amarle.
El despertar religioso por tanto debe fundamentarse en mostrar a Jesús, enseñar quién es Jesús, enseñar lo que Jesús nos ha dicho, lo que Jesús nos ha enseñado; en definitiva, es mostrar cómo debemos vivir en Cristo. Si, es la vida en Cristo, la vida de Jesús, la cual debe fundamentarse en Jesucristo, debe ser Él, el centro de nuestra vida, el centro de la existencia humana y eso es lo que hemos de enseñar.
No es fácil, en el mundo de hoy, lo que vivimos, no es “vida en Cristo” y no lo es porque nuestra sociedad ha sido descatolizada; una sociedad en la cual lo que prima es el egoísmo, el hedonismo, el consumismo; no es fácil trascender, pero que no sea fácil no significa que sea imposible.
Es posible, no por nuestra propia fuerza, sino con la gracia de Dios. Por eso el inicio de la catequesis siempre debe basarse en lo primero: enseñar y transmitir que Dios es amor; no como algo impositivo, no como algo aprendido de memoria, sin experimentar; sino que debe ser vivenciado.
Los primeros momentos de la catequesis deben mostrarse siempre con alegría, con la alegría de sabernos hijos de Dios y cómo transmitimos nosotros esa alegría. Por eso es muy importante que los primeros momentos, las primeras sesiones, se fundamenten en mostrar la cara amable de Dios, que nos ama: jugando, cantando, riendo.
Es muy importante en la primera etapa del despertar religioso que no se vea la catequesis como algo similar a una clase del colegio, cometeríamos un gran error; hemos de centrarnos en transmitir con alegría lo que Jesús de verdad nos quiere, por eso junto con la señal de la cruz, lo más importante es enseñar que en el Sagrario, es donde está la Eucaristía (Jesús); desde el primer día, mostramos que es el lugar más importante para nosotros, que es el centro de la iglesia y que por tanto es el centro de nuestra vida y el centro de la vida en Cristo, que es Cristo mismo.
Los primeros padres de la Iglesia nos enseñaron lo importante de transmitir la fe “ex-auditur” por el oído, a base de repetir y de repetir y repetir; y está ha de ser nuestra tarea: con amabilidad, con sencillez, con alegría; Jesús nos ama.
Jesús te quiere, quiero es querer que tú y yo estemos pegados a Él pero no como algo teórico; sino como vivencia de nuestra vida, por eso junto con la señal de la cruz y el Sagrario; también es importante enseñar a hacer la genuflexión, cómo ponemos la rodilla derecha en el suelo casi formando un ángulo recto con el resto de nuestro cuerpo como signo de reverencia a Jesús Eucaristía, y ese ha de ser nuestro comienzo; repetir y enseñar, mostrar Dios es amor, Dios te quiere.
Hay una gran dificultad y es transmitir la vida en Cristo sin vivir en Cristo; es como pretender enseñar a jugar al fútbol sin una pelota o pretender enseñar a conducir sin un coche por eso exige de nosotros, los que nos dedicamos a transmitir la vida en Cristo, para que pueda producirse el despertar religioso, nos exige oración, compromiso; un compromiso personal con Cristo.
Las oraciones básicas del cristiano Padrenuestro, Ave María, Jesusito de mi vida; son las primeras oraciones que cada uno de nosotros hemos aprendido; y que debemos enseñar. En la tierna infancia, lo primero es enseñar casi sin explicar lo que significan las palabras sino enseñar de memoria para que repitiendo podamos de verdad aprender, entender y vivir lo que en esas oraciones decimos.
Cuando expresamos “Jesusito de mi vida eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón tómalo tuyo es mío no” estamos mostrando como Dios, la segunda persona Santísima Trinidad: Jesús se hizo hombre por nosotros, que es niño porque fue niño, como lo hemos sido cada uno de nosotros y por eso le queremos, le ofrecemos nuestro corazón: “busca reflexionar si de verdad le ofrecemos nuestro corazón en nuestra vida” “tómalo tuyo es, mío no”. Ya nos lo dice Jesús: “no hay mayor ofrenda que el que ofrece su vida por sus amigos” nosotros debemos descubrir como Jesús es un solo Dios; no solo perfecto hombre si también nuestro amigo.
Para tener un amigo es necesario conocerle, tratarle; hablarle y eso es hacer oración. Hacer oración no es más que hablar con Dios. Esto es algo que suele sorprender mucho a los niños que todavía no han tenido ese despertar religioso, que pueden hablar con Dios, que no es un amigo imaginario, que no es una forma de decir, sino que realmente Jesús nos escucha y nosotros le hablamos.
Y hemos dicho anteriormente que un gran problema, es pretender hacer una sesión de catequesis para transmitir muchas cosas, muchos conceptos, muchas ideas, muchas historias y decimos que es un gran problema porque lo único que conseguimos es agotar, arrullar a los niños, sin que hayan ido asimilando los pequeños conceptos; más vale aprender a conocer poco a poco, que conocer muchas cosas que no van a quedar en nada.
¿De qué nos sirve conocer todas las cosas que hizo Jesús si nos las tomamos como una película? ¿cómo algo de Ciencia Ficción? No nos sirve de nada, ni tampoco tenemos que mostrar a los niños como si fuéramos grandes teólogos, grandes historiadores, grandes personas que lo conocemos todo de todo; todo lo contrario, debemos mostrar con sencillez, “con la sencillez de un niño” que Dios es amor; Dios, que nos quiere, que nosotros tenemos que quererle; mostrando así el gran misterio de Dios, mostrando con amabilidad, con alegría, con sencillez.
Conocer a cada niño, saber su nombre, conocer a sus padres, preocuparnos por ellos, nos ayuda a que llegue de verdad ese despertar y ese encuentro con Cristo.
El primer encuentro personal que uno tiene con Jesús puede haberlo uno grabado en su memoria o no; pero es verdad que si tiene lugar ese momento en el cual he experimentado que le digo a Jesús te quiero y no porque alguien me lo haya dicho, ni porque alguien me diga que lo repita sino que ha salido profundamente de mi interior; Y hago mías las palabras de tantos santos cuánto te quiero, quiero en ti señor, confío en ti, pongo mis manos, mis labios, mi pensamiento, mi corazón, mi ser: “tómalo tuyo es mío no”.
La oración por tanto es un elemento esencial en el despertar religioso, a base de repetir y repetir conseguimos que la persona vaya poco a poco contactando con el Señor de los Señores y ese contacto implica conocimiento, ese conocimiento debe desembocar en el amor.
Junto a las actitudes básicas que hemos mostrado hasta ahora en el despertar religioso hay que ir desarrollando los valores cristianos auténticos, es decir hay que enseñar a los niños a ser sinceros, laboriosos, generosos, sacrificados, alegres y eso como hemos dicho en otros momentos es algo que se transmite. Se transmite la generosidad entregándose a los demás, se transmite la laboriosidad trabajando, se transmite la sinceridad siendo sinceros, se transmite el sacrificio siendo sacrificados, se transmite la alegría siendo alegres.
No podemos transmitir el amor de Dios, enseñar lo maravilloso que es Dios con tristeza con enfado, con desgana; eso implica que debo prepararme las cosas prepararme la sesión de catequesis; de cambiar, cuando entro en contacto con los niños, tengo que cambiar de verdad, de mirada, de expresión, de lenguaje…
Los niños no son tontos, como no son tontos no hay que hablarles como a tontos; sino que hay que hablarles para que entiendan las cosas; por tanto, utilizaremos ejemplos metáforas y símiles; parábolas como utilizaba Jesús para transmitir una verdad, pero no hace falta decirles: “lo entendéis”; lo repetiremos una y otra vez. Repetir una y otra vez es lo que llamamos hábito.
El hábito nos dice la filosofía griega es ese acto repetitivo, es decir lo que hacemos muchas veces; si ese acto repetitivo es bueno o es malo tendrá el calificativo de virtud o de vicio; es muy importante educar en virtud; utilicemos ejemplos que le sirvan a los niños, pensemos en el día a día cotidiano, pero con positividad.
Pongamos un ejemplo; para que un niño haga los deberes que le mandan en el colegio se puede utilizar el argumento de autoridad y de castigo; de premio-recompensa, pero también podemos utilizar otra argumentación: que van a tener más tiempo para dedicar a lo que ellos les gusta. Simple ejemplos que nos muestra lo positivo (de lo negativo ya se encarga el mundo de hoy mostrando, transmitiendo, la negatividad y el pesimismo propios del príncipe de las tinieblas.) Nosotros siempre debemos transmitir optimismo, positividad.
La alegría, el positivismo son virtudes que hay que transmitir y para transmitirlas hay que tenerlas por eso es muy bueno que el misionero, que el catequista, en definitiva, el cristiano que va a ayudar a otros en su despertar religioso debe mostrar esa alegría y su optimismo propio de los hijos de Dios.
Hay que hacer siempre un esfuerzo para evitar caer en ese pesimismo, las fuerzas decaen y es más difícil transmitir esa alegría, por eso, siempre antes de empezar un momento de catequesis, de misión, de charla, como queramos llamarle, es necesario invocar al Espíritu Santo es necesario pedirle luces y pedirle fuerzas, es necesario pedirle la alegría propia de los hijos de Dios. Hay que hacer el gran esfuerzo de dejar a un lado nuestros problemas personales, las cosas que nos pasan en casa, en la familia, en el trabajo, entre otras personas, incluso nuestro propio estado de ánimo, hay que darse cuenta de que en ese momento no somos transmisores de la energía de Cristo, sino que somos transmisores del mismo Jesús. No hay que tener miedo a ser pequeños juglares de Dios o como diría algún santo incluso a ser payasos de Dios; más vale transmitir la alegría de Cristo haciendo de payaso, de juglar, haciendo o provocando la sonrisa de un niño; que intentar a través de una gran clase magistral con palabras muy rebuscadas, transmitir a veces incluso que estamos enfadados y que estamos diciendo que Jesús es alegría pero para mí no es el gran problema por eso lo solventamos con el Espíritu Santo con su gracia con la invocación con la oración.
El fundamento de la vida del cristiano es la vida en Cristo. El cristiano debe vivir en Cristo, debe vivir por Cristo, debe vivir para Cristo. Este es el fundamento del seguimiento de Jesús, vivir en Cristo o dicho por la expresión de varios autores espirituales y varios de los teólogos moralistas la “vida en Cristo”.
Después de haber encontrado a Dios, después de haber experimentado ese primer acercamiento o como hemos llamado después del despertar religioso; la tarea más importante y difícil, que le lleva al ser humano toda su vida terrenal y en esa tarea que no es otra cosa que vivir en Cristo, hay que distinguir dos aspectos muy importantes que van muy unidos por un lado la formación por otro lado la práctica religiosa. Estos aspectos van juntos; la práctica religiosa es formación y la formación nos lleva a la práctica religiosa.
La formación no es información, uno puede saber mucho y no haberlo interiorizado, no haberlo asimilado. Pongamos un ejemplo: uno puede saber que en un equipo de fútbol hay 11 jugadores, puede saber que hay un portero, que hay defensas, que hay unos centrocampistas, y que hay unos delanteros; pero eso no es suficiente para jugar al fútbol. Eso es saber unos datos, pero no capacita a una persona para jugar al fútbol, hay que saber las normas, hay que saber las prácticas y hay que ejercitarse, pues lo mismo nos pasa en la vida en Cristo, nos en pasa la vida del cristiano o bien en la vida de Piedad; son sinónimos.
Podemos llamar vida espiritual, podemos llamar vida en Cristo, podemos llamar como decíamos vida de piedad, vida interior; son todo sinónimos y muchas otras expresiones que se pueden utilizar para decir una misma cosa que es: como me relaciono yo con DIOS.
Para relacionarme con Dios necesito formarme y esa formación es constante, debe ser constante quizás el mayor pecado o error que puede cometer una persona es pensar que ya está formada, es pensar que muchas veces ya ha vivido, ya le han informado, ya con su edad no tiene nada que aprender. En ese momento si sucumbiéramos a esa tentación hubiéramos naufragado. Un marino sabe perfectamente que por mucho que tenga experiencia en el mar, sabe que tiene que ir aprendiendo constantemente, las olas nunca son las mismas, las tempestades tampoco, las circunstancias que pueden producirse por mucha experiencia que uno tenga, de haber navegado, sabe que son múltiples y diversas; porque el mar nunca es el mismo, el agua nunca es la misma, el clima nunca es el mismo y las embarcaciones tampoco. Y sobre todo las relaciones de los seres humanos tampoco son las mismas.
El ser humano según va creciendo va teniendo diversas reacciones ante mismos hechos porque va cambiando, va avanzando; un mismo acontecimiento tiene diversas reacciones no es lo mismo por ejemplo el calor que siente un niño con cinco años que con 15, que con 20, 30, 50, 70 o, 90 años; no es lo mismo. El calor es el mismo, la temperatura externa es la misma, pero nuestro cuerpo lo experimenta de manera diversa y aunque, por la experiencia de la vida podemos combatirlo, la respuesta de nuestro cuerpo biológico es distinta; pues lo mismo nos pasa en el campo espiritual. Por eso es necesaria la formación constante y este es el primer punto importante: formarse no es informarse.
Formarse es asimilar y vivir en nosotros lo que vamos aprendiendo en todos los aspectos de la vida, pero nos centramos en el aspecto de nuestra vida en Cristo de la vida espiritual a semejanza de lo que nos ocurre también en otros aspectos de la vida. Pongamos un ejemplo quizás algunos han podido tener la experiencia de por ejemplo aprender algo de informática; como puede ser escribir en un ordenador, utilizar determinados programas. Si aprende un día y no se practica; es muy común que pase el tiempo, los días, los meses, incluso los años y ya no sabe funcionar; porque en realidad, aunque tenga la información de cómo llevar a cabo, no es capaz porque le falta la práctica. Estudió cómo hacerlo, pero no ha practicado y por tanto ya no sabe cómo llevarlo a cabo. Se ha informado, pero no se ha formado. En la vida espiritual, en nuestra vida en Cristo, nos pasa exactamente lo mismo, solo que, como vamos cambiando, nuestras reacciones como decíamos anteriormente son distintas y por tanto la formación tiene que ser constante. Uno puede leer la Sagrada Escritura el mismo pasaje a lo largo de su vida muchas veces y cada vez que la lee con seguridad le sugerirá cosas distintas porque la vida es distinta y sobre todo porque la Sagrada Escritura, la Biblia, es viva y eficaz. Pero también nos pasa con los libros, en los medios de formación, por ejemplo, el catecismo de la Iglesia Católica; cuando éramos pequeñitos nosotros hemos aprendido determinados puntos, incluso casi de memoria, pero si no lo hemos vuelto a leer, habrá cosas que se nos hayan olvidado.
Tenemos la esperanza de que, si lo volvemos a leer, descubrimos cosas nuevas; ¿por qué? porque nos fijamos en cosas distintas y porque vamos asimilando, y vamos formándonos poco a poco, y vamos profundizando. Por tanto, la formación es esencial en la vida del cristiano, da igual la edad que tengamos, siempre tenemos que estar formándonos. Y esto puede ser de diversos modos, múltiples medios de formación; puedes leer un libro espiritual, un libro teológico, un libro cultural o puede ser la escucha de una plática, una predicación, una consideración, una meditación como consejo, una película formativa en múltiples medios de formación que debemos cultivar y debemos utilizar. Si en algún momento podemos tener la tentación de decir ya estoy formado habremos fracasado; da igual nuestra condición, nuestra edad, nuestros estudios. La formación tiene que ser constante y permanente. Es verdad que puede haber momentos en los cuales tiene que ser más intensa pero siempre tiene que haber un mínimo de formación. La formación en la vida del cristiano es esencial y es fundamental.
La vida espiritual, la vida en Cristo, la vida de Piedad, todos son sinónimos y es una consecuencia lógica de la formación la práctica religiosa; es como decíamos antes, la manera concreta de cómo yo me relaciono con Dios.
Me relaciono con Dios “desde que abro los ojos hasta que los cierro; desde que me levanto, hasta que me acuesto, porque soy hijo de Dios las 24 horas del día”. Eso es lo que significa esa llamada que hemos recibido de Dios; la llamada a la santidad. Es lo que recibimos en el bautismo con esa gracia fundamental; y qué es esa llamada a ser santos; son palabras de Jesús “ser perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” solos no podemos lograrlo, con la ayuda de Dios, es decir con la gracia de Dios, SI.
Se suele utilizar la expresión ideal de santidad, quizás es una expresión errónea y negativa porque la palabra ideal suele relacionarse con algo inalcanzable, algo a lo cual no podemos llegar, y es falso. Es falso por la simple razón que el testimonio más claro que tenemos es la misma expresión de Jesús ser perfectos como vuestro padre celestial es perfecto como dirían los grandes teólogos: Dios nunca se equivoca y Dios no puede contradecirse, no podríamos decir que Dios nos ha mentido, no nos puede decir: ser perfectos; si jamás podremos llegar a alcanzar esa santidad; esa perfección por tanto es posible. La palabra ideal nos suele engañar; quizás para justificar nuestra podredumbre, nuestra miseria nuestra poquedad, o simplemente nuestra pereza.
La vida de Piedad es la manera concreta de cómo yo, individuo, persona, ser humano, hijo de Dios, me relaciono con Dios. En la medida en que yo intensifico mucho más mi relación con Dios, mayor más profunda, más continua, más perfecta será mi vida en Cristo.
Analicemos brevemente la experiencia cotidiana que nos encontramos hoy en día; podríamos decir que nos encontramos personas ateas; es decir personas que de manera concreta afirman que no creen en Dios; que han llegado a través de una disertación personal, intelectual, que no creen en Dios; podíamos hablar mucho sobre este punto; pero Dios solo sabe lo que cada ser humano tiene en su interior y no basta simplemente con quedarnos con lo que dice una persona externamente. Pero por clasificar vamos a quedarnos que puede haber personas que sean ateas; otras personas que podríamos decir que son agnósticas; que, a través de su desarrollo intelectual, su pensamiento, han llegado a la conclusión de que no saben si existe o no existe Dios; hay otra realidad que son los creyentes es decir aquellos que creen en Dios.
Es ¿cómo creen en Dios? ¿cuál es esa vida en Cristo? nos podemos encontrar múltiples realidades.
Hay personas que afirman creer en Dios, pero de la misma manera afirman que no tienen ninguna experiencia religiosa no tienen ningún contacto aparentemente con Dios dicen creer en Dios, pero no tienen ninguna práctica. Quizás cuando hay algún acontecimiento esencial en su vida pueden en algún momento pues manifestar esa creencia simplemente con la expresión “Dios ayúdame”, pero eso es como un hito, un momento interior, pero viven como si no creyeran, es decir no se atreven a negar a Dios, pero viven como si Dios no existiera.
Hay personas que creen en Dios y que limitan su creencia, su experiencia religiosa a los acontecimientos importantes de la vida nacimiento y muerte, enlace matrimonial y quizás en algunos momentos o algunas fiestas concretas, todavía por la tradición popular o personal. Son personas que limitan su experiencia religiosa a unos momentos concretos y con eso se sienten liberados; más que liberados, se sienten justificados.
Por ejemplo, aquellas personas que a lo largo del año no tienen ninguna práctica religiosa, pero al llegar la Semana Santa experimentan un gran fervor el Viernes Santo ante el acontecimiento de una procesión por ejemplo o la virgen de los Dolores o al Cristo de la paciencia. La justificación para esas personas es decir su práctica religiosa para tranquilizar su conciencia se limita exclusivamente algún acto de piedad externo les puede producir muchísimo llanto emoción y al día siguiente olvidarse ya hasta el año siguiente o como en algunas en algunos lugares podemos ver como la tradición popular lleva a portar por ejemplo en procesión un santo y con eso pensar que uno ya está justificado y ya está haciendo algo por Dios y por tanto en eso se limita su vida en Cristo podríamos decir que esa creencia con alguna experiencia externa y alguna petición quizás momentánea, momento de oración breve simple con la expresión “Dios ayúdame”; les lleva a quedarse tranquilos justificados como diría algún autor no hay mejor sordo que el que no quiere oír y en este caso del que estamos hablando no hay mejor engaño que el que quiere ser engañado por sí mismo es una experiencia infantil es una experiencia religiosa inmadura. Porque no han descubierto de verdad a Dios es decir no han llevado a cabo su despertar religioso en este caso y en el caso anterior hay un déficit profundo en la raíz de la formación cristiana es decir del despertar cristiano en estos casos esas personas recibieron algunos sacramentos en su niñez, pero no se llevó a cabo auténticamente el despertar religioso y el segundo paso que es el seguimiento en Cristo o dicho en palabras más teológicas más tradicionales no se llevó la mistagogía.
Encontramos no pocas personas, que creen en Dios, que tienen experiencia religiosa pero no tienen auténtica vivencia religiosa, es decir por tradición por temor por creencia básica afirman que creen en Dios van a misa casi todos los domingos; pero no tienen vivencia, es decir no viven lo que celebran, se limitan a asistir a un acto religioso, no participan plenamente de él, sino que asisten y con eso se sienten de alguna manera justificados quizás por tradición, quizás por una promesa, quizás por costumbre, pero en este caso como en tantos otros también ha fallado el despertar religioso; que es esa experiencia profunda de Dios, ese encuentro personal con Cristo y al no haber tenido ese encuentro personal con Cristo. No puede haber vivencia, realmente vivencia de fe. La fe, nos dirán los teólogos es el asentimiento de la inteligencia y la voluntad a la verdad revelada por Dios. Si no conozco la verdad revelada por Dios, difícilmente voy a asentir como mi inteligencia, con mi voluntad, con mis sentidos, con mi vida, a esa verdad de Dios definitiva; es una creencia vacía porque no han descubierto la gran maravilla, la gran maravilla del amor de Dios, la gran maravilla del amor con Dios, la gran maravilla del amor en Dios.
En el transcurrir de la vida del cristiano de aquel que ha hecho bien su despertar religioso que vive en esa mistagogía; en ese esfuerzo de querer seguir a Jesús, en ese esfuerzo de vivir intensamente la vida en Cristo de experimentar constantemente ese amor. El amor en Cristo nace del amor de Cristo. El amor en Cristo solo puede originarse fundamentarse y erigirse en la Eucaristía.
La vivencia y por tanto la experiencia cristiana son: POR PARA y CON la Eucaristía; no se puede entender la vida de un cristiano sin la Eucaristía. La Eucaristía que es el mismo corazón de Cristo, es el fundamento de la vida del cristiano y de ahí nace esa experiencia maravillosa con Dios, porque es una vivencia de ese gran AMOR que Dios nos tiene.
Dios, Jesús, que se ha querido quedar con nosotros para entregarse, y esa entrega es un don de verdad; un don para que pregustemos aquí en la tierra, la gran maravilla del cielo, que es la presencia real del verbo de Dios. Eso es lo que Eucaristía; por eso la verdadera creencia con vivencia cristiana ha de estar fundamentada por la eucaristía; esa es la raíz de la vida interior, de la vida de Cristo, de la vida con Cristo, de la vida por Cristo.
En el despertar religioso se ha ido enseñando a descubrir la vivencia maravillosa de la Eucaristía, la mistagogía es el tiempo de seguimiento de Jesús; hemos de ayudar al cristiano a ir viviendo cada vez más esa gran experiencia que es la Santa misa.
La Santa misa no es para escucharla como el que escucha algo bonito piadoso, sino que, la santa misa es para vivirla, para consumirnos con Jesús en el cáliz y en la patena cuando recordamos la pasión a muerte y la resurrección de Jesús. Todos los días en el altar, estamos recordando el fundamento de nuestra salvación y recordándolo nos da la fuerza necesaria para seguir adelante, porque, es ahí donde está el fundamento de la vida del cristiano; en la celebración de la Eucaristía, de donde nacerán todos los demás actos de piedad.
El amor se demuestra con amor; el amor a Dios se demuestra con amor, con actos de amor.
¿Cómo podemos entender una persona pudiendo ir a misa no va? ¿cómo podemos entender que una persona enamorada que tiene la oportunidad de ver a la persona amada decida no hacerlo? Es incomprensible en la dinámica del amor; muy comprensible en la dinámica de la pereza, la tibieza que es el gran peligro la gran tentación de la experiencia cristiana, de la vivencia en Cristo.
Cuando me acostumbro, me digo: “es que siempre es lo mismo” no puede ser. ¿Alguien se imagina una pareja de enamorados que le diga a la otra persona a quien ama: “eres la misma persona que ayer y no te doy beso pues te lo doy que ayer?
No tiene sentido qué sentido tiene que un hijo le dé un beso a su madre diciendo: “te quiero”; y al día siguiente le diga: “bueno ya te di un beso ayer, que para que te voy a dar otro hoy” Ninguno podemos entender qué un hijo se acostumbre a decirle a su madre: “te quiero”. Como nunca una madre se acostumbra de decirle a su hijo: “te quiero”
Pues, igual nos pasa en la dinámica del amor en Cristo. La vida fuera de Cristo es desamor: “dejo la Eucaristía porque no es obligatorio” ¿dónde está escrito que un amado le diga a la amada: “te quiero”? ¿dónde está escrito que una madre le diga su hijo te quiero?
El esfuerzo de la vida en Cristo es seguir a Cristo; y ese seguir a Cristo tiene que fundamentarse en la Eucaristía. Ese es el fundamento de nuestra vida real, el gran secreto de la vivencia de la experiencia profunda del cristiano. En la medida en que yo me esfuerzo por vivir de Cristo, en la medida en que vivo, experimento el santo sacrificio, experimento mi encuentro con Dios y me da fuerzas para seguir cada día el camino que Cristo me marca.
Ahí la raíz la fuente, el culmen, de la vida del cristiano y de la búsqueda de la santidad; que tal manera que el cristiano cuando vive enfocado en la Eucaristía, como su principio, lo más importante en su vida, en su día a día, el resto de los actos de piedad que podemos y debemos hacer de nuestros encuentros con el Señor, en realidad llegarán en nuestra vida como encaja un guante en una mano, porque nos va ayudando a prepararnos a esa experiencia maravillosa del amor de Dios.
La vida interior, la lucha interior, la vida en Cristo, no es más que esa lucha contra nuestra tibieza, nuestra mediocridad, hasta pereza de enraizarnos en ese amor; a preparar toda nuestra vida para la gran Eucaristía, esto es lo que hemos de transmitir este es el gran secreto de la etapa de la mistagógica; es la gran tarea del enamorado, para enseñar al que va descubriendo el amor a enamorarse cada día más: “¡es cuestión de fe y de amor no te excuses!”
Es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima Trinidad.
Dios, al crear al hombre, le concedió el don de la gracia santificante, elevándolo a la dignidad de hijo suyo y heredero del cielo. Al pecar Adán y Eva se rompió la amistad del hombre con Dios, perdiendo el alma la vida de la gracia. A partir de ese momento, todos los hombres con la sola excepción de la Bienaventurada Virgen María nacemos con el alma manchada por el pecado original.
La misericordia de Dios, sin embargo, es infinita: compadecido de nuestra triste situación, envió a su Hijo a la tierra para rescatarnos del pecado, devolvernos la amistad perdida y la vida de la gracia, haciéndonos nuevamente dignos de entrar en la gloria del cielo.
Todo esto nos lo concede a través del sacramento del bautismo: Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, de modo que así como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una nueva vida"" (Rom. 6, 4).
NOCION
El bautismo es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima Trinidad.
Nominalmente, la palabra bautizar (‘baptismsV’ en griego) significa ‘sumergir’, "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cfr. Rm. 6, 3-4; Col 2, 12) como ‘nueva criatura’ (2 Co. 5, 17; Ga. 6, 15) (Catecismo, n. 1214).
Entre los sacramentos, ocupa el primer lugar porque es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (Catecismo, n. 1213).
San Pablo lo denomina baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo (Tit. 3, 5); San León Magno compara la regeneración del bautismo con el seno virginal de María; Santo Tomás, asemejando la vida espiritual con la vida corporal, ve en el bautismo el nacimiento a la vida sobrenatural
EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY
Es dogma de fe que el bautismo es un verdadero sacramento de la Nueva Ley instituido por Jesucristo.
Además de la definición dogmáica del Concilio de Trento (cfr. Dz. 844), el Papa S. Pío X condenó como heréica la siguiente proposición de los modernistas: La comunidad cristiana introdujo la necesidad del bautismo, adoptándolo como rito necesario y ligando a él las obligaciones de la profesión cristiana"" (Dz. 2042). Los modernistas niegan con esta proposición tanto la institución del bautismo por Cristo como su esencia propia de sacramento verdadero.
En la Sagrada Escritura también se prueba que el bautismo es uno de los sacramentos instituidos por Jesucristo:
a) En el Nuevo Testamento aparecen testimonios tanto de las notas esenciales del sacramento como de su institución por Jesucristo:
- el mismo Señor explica a Nicodemo la esencia y la necesidad de recibir el bautismo: En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos"" (Jn. 3, 3-5);
- Jesucristo da a sus discípulos el encargo de administrar el bautismo (cfr. Jn. 4, 2);
- ordena a sus Apóstoles que bauticen a todas las gentes: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28, 18-19). Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda creatura. El que creyere y se bautizare, se salvar "" (Mc. 16, 15-16);
- los Apóstoles, después de haber recibido la fuerza del Espíritu Santo, comenzaron a bautizar: ver Hechos 2, 38 y 41.
b) En el Antiguo Testamento aparecen ya figuras del bautismo, es decir, hechos o palabras que, de un modo velado, anuncian aquella realidad que de modo pleno se verificar en los siglos venideros.
Son figuras del bautismo, según la doctrina de los Apóstoles y de los Padres, la circuncisión (cfr. Col. 2, llss.), el paso del Mar Rojo (cfr. I Cor. 10, 12), el Diluvio Universal (I Pe. 3, 20ss.). En Ez. 36, 25, hallamos una profecía formal del bautismo: Esparcir‚ sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiar‚. Cfr. también Is. 1, 16ss.; 4, 4; Zac. 13, 1; etc.
Además, el bautismo que confería San Juan Bautista antes del inicio de la vida pública de Jesucristo, fue una preparación inmediata para el bautismo que Cristo instituiría (Mt. 3, 11). El bautismo de Juan, sin embargo, no confería la gracia, tan sólo disponía a ella moviendo a la penitencia (cfr. S. Th. III, q. 38, a. 3).
Sobre el momento de institución, Santo Tomás de Aquino (cfr. S. Th. III, q. 66, a. 2) explica que Jesucristo instituyó el sacramento del bautismo precisamente cuando fue bautizado por Juan (Mt. 3, 13ss.), al ser entonces santificada el agua y haber recibido la fuerza santificante. La obligación de recibirlo la estableció después de su muerte (Mc. 16, 15, citado arriba). Lo mismo enseña el Catecismo Romano, parte II, cap. 2, n. 20.
EL SIGNO EXTERNO DEL BAUTISMO
La materia
La materia del bautismo es el agua natural (de fe, Conc. de Florencia, Dz. 696).
Las pruebas son:
1º. Sagrada Escritura: lo dispuso el mismo Cristo (Jn. 3, 5: quien no naciere del agua... ) y así lo practicaron los apóstoles (Hechos 8, 38; llegados donde había agua, Felipe lo bautizó...; Hechos 10, 44-48).
2º. Magisterio de la Iglesia: lo definió el Concilio de Trento: si alguno dijere que el agua verdadera y natural no es necesaria para el bautismo... sea anatema (Dz. 858). Trento hizo esta definición contra la doctrina de Lutero, que juzgaba lícito emplear cualquier líquido apto para realizar una ablución. Otros textos del Magisterio: Dz. 412, 447, 696. Sería materia inválida, por ejemplo, el vino, el jugo de frutas, la tinta, el lodo, la cerveza, la saliva, el sudor y, en general, todo aquello que no sea agua verdadera y natural.
3º. La razón teológica encuentra además los siguientes argumentos de conveniencia para emplear el agua:
- el agua lava el cuerpo; luego, es muy apta para el bautismo, que lava el alma de los pecados;
- el bautismo es el más necesario de todos los sacramentos: convenía, por lo mismo, que su materia fuera fácil de hallar en cualquier parte: agua natural (cfr. S. Th. III, q. 66, a. 3).
La ablución del bautizado puede hacerse ya sea por infusión (derramando agua sobre la cabeza) o por inmersión (sumergiendo totalmente al bautizado en el agua):
"El bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión, de acuerdo a las normas de la Conferencia Episcopal" (CIC. c. 854).
Para que el bautismo sea válido
a) debe derramarse el agua al mismo tiempo que se pronuncian las palabras de la forma;
b) el agua debe resbalar o correr sobre la cabeza, tal que se verifique un lavado efectivo (en caso de necesidad p. ej., bautismo de un feto bastaría derramar el agua sobre cualquier parte del cuerpo).
La forma
La forma del bautismo son las palabras del que lo administra, las cuales acompañan y determinan la ablución. Esas palabras son: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".
Esta fórmula expresa las cinco cosas esenciales:
1o. La persona que bautiza (ministro): Yo
2o. La persona bautizada (sujeto): te
3o. La acción de bautizar, el lavado: bautizo
4o. La unidad de la divina naturaleza: en el nombre (en singular; no ‘en los nombres", lo que sería erróneo)
5o. La distinción de las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
EFECTOS DEL BAUTISMO
Los efectos del bautismo son cuatro: la justificación, la gracia sacramental, la impresión del carácter en el alma y la remisión de las penas.
La justificación
Hemos dicho (cfr. 1.2.3) que la justificación consiste, según su faceta negativa, en la remisión de los pecados y, según su faceta positiva, en la santificación y renovación interior del hombre (cfr. Dz. 799, Catecismo, n. 1989).
No son dos efectos, sino uno solo, pues la gracia santificante se infunde de modo inmediato al desaparecer el pecado; estas dos realidades no pueden coexistir y, además, no hay una tercera posibilidad: el alma o está en pecado o está en gracia. Así pues, al recibirse con las debidas disposiciones, el bautismo consigue:
a) la remisión del pecado original y en los adultos la remisión de todos los pecados personales, sean mortales o veniales;
b) la santificación interna, por la infusión de la gracia santificante, con la cual siempre se reciben también las virtudes teologales fe, esperanza y caridad, las demás virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Puede decirse que Dios toma posesión del alma y dirige el movimiento de todo el organismo sobrenatural, que está ya en condiciones de obtener frutos de vida eterna.
Estos dos efectos se resumen, por ejemplo, en el texto de la Sagrada Escritura que dice: Bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados (perdón de los pecados), y recibiréis el don del Espíritu Santo (santificación interior) (Hechos 2, 38). Otros textos: I Cor. 6, 11; Hechos 22, 16; Rom, 6, 3ss.; Tit. 3, 5; Jn. 3, 5, etc. En el Magisterio de la Iglesia se enseña esta verdad en los siguientes textos: Dz. 696, 742, 792, 895, etc.
La gracia sacramental
Esta gracia supone un derecho especial a recibir los auxilios espirituales que sean necesarios para vivir cristianamente, como hijo de Dios en la Iglesia, hasta alcanzar la salvación.
Con ella, el cristianismo es capaz de vivir dignamente su ‘nueva existencia’, pues ha renacido, cual nueva criatura, semejante a Cristo que murió y resucitó, según las palabras del Apóstol: Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos (Col. 2, 12. Cfr. Conc. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, 22).
El carácter bautismal
El bautismo recibido válidamente imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el carácter bautismal, y por eso este sacramento no se puede repetir (De fe, Conc. de Trento, Dz. 852 y 857; Catecismo, n. 1121).
Como hemos dicho (cfr. 1.4.3), el carácter sacramental realiza una semejanza con Jesucristo que, en el caso del bautismo, implica:
a) La incorporación del bautizado al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. El bautizado pasa a formar parte de la comunidad de todos los fieles, que constituyen el Cuerpo Místico de Cristo, cuya cabeza es el mismo Señor. De la unidad del Cuerpo Místico de Cristo -uno e indivisible- se sigue que todo aquel que recibe válidamente el bautismo (aunque sea bautizado fuera de la Iglesia Católica, por ejemplo en la Iglesia Ortodoxa o en algunas confesiones protestantes) se convierte en miembro de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
b) La participación en el sacerdocio de Cristo, esto es, el derecho y la obligación de continuar la misión salvadora y sacerdotal del Redentor. Por el carácter, el cristiano es mediador entre Dios y los hombres: eleva hasta Dios las cosas del mundo y da a los hombres las cosas de Dios. Esta participación es doble:
1º. Activa: santificando las realidades temporales y ejerciendo el apostolado.
Así lo resume el Decreto sobre el apostolado de los seglares (Decreto Apostolicam actuositatem, del Conc. Vaticano II), en el n. 2: la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado. ‘Por su misma naturaleza’ supone el hecho único y exclusivo de la recepción bautismal. Ver también, Const. Lumen gentium, nn. 31 y 33.
2º. Pasiva: facultad para recibir los demás sacramentos.
Por eso el bautismo se denomina ianua sacramentorum, puerta de los sacramentos.
Remisión de las penas debidas por los pecados
Es verdad de fe (Concilio de Florencia, Dz. 696; Concilio de Trento, Dz. 792), que el bautismo produce la remisión de todas las penas debidas por el pecado.
Se supone, naturalmente, que en caso de recibirlo un adulto, debe aborrecer internamente todos sus pecados, incluso los veniales.
Por esto, San Agustín enseña que el bautizado que partiera de esta vida inmediatamente después de recibir el sacramento, entraría directamente en el cielo (cfr. De peccatórum meritis et remissione, II, 28, 46).
Santo Tomás explica el porqué de este efecto con las siguientes palabras: "La virtud o mérito de la pasión de Cristo obra en el bautismo a modo de cierta generación, que requiere indispensablemente la muerte total a la vida pecaminosa anterior, con el fin de recibir la nueva vida; y por eso quita el bautismo todo el reato de pena que pertenece a la vida anterior. En los demás sacramentos, en cambio, la virtud de la pasión de Cristo obra a modo de sanación, como en la penitencia. Ahora bien: la sanción no requiere que se quiten al punto todas las reliquias de la enfermedad" (In Ep. ad Romanos, c. 2, lect. 4).
NECESIDAD DE RECIBIR EL BAUTISMO
El bautismo es absolutamente necesario para salvarse, de acuerdo a las palabras del Señor: "El que creyere y se bautizare, se salvará" (Mc. 16, 16).
El Concilio de Trento definió: "Si alguno dijere que el bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema" (Dz. 861). "La legislación eclesiástica afirma: El bautismo, puerta de los sacramentos, cuya recepción de hecho o al menos de deseo es necesaria para salvarse..." (CIC, c. 849).
La razón teológica es clara: sin la incorporación a Cristo -la cual se produce en el bautismo- nadie puede salvarse, ya que Cristo es el único camino de vida eterna, sólo El es el Salvador de los hombres (cfr. Jn. 14, 9; Hechos 4, 12. Ver S. Th. III, q. 68, aa. 1-3).
Sin embargo, este medio necesario para la salvación puede ser suplido en casos extraordinarios, cuando sin culpa propia no se puede recibir el bautismo de agua, por el martirio (llamado también bautismo de sangre), y por la contrición o caridad perfecta (llamada también bautismo de deseo) para quienes tienen uso de razón.
1º. El bautismo de deseo es el anhelo explícito (p. ej., catecúmeno) o implícito (p. ej., pagano o infiel) de recibir el bautismo, deseo que debe ir unido a la contrición perfecta. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña al respecto que a los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento (n. 1259). Otros textos del Magisterio pueden verse en: Dz. 388, 413, 796, 847. Ver también CIC, c. 849. Para aquel que ha conocido la revelación cristiana, el deseo de recibirlo ha de ser explícito. Por el contrario, para el que no tenga ninguna noticia del sacramento basta el deseo implícito. De esta forma, la misericordia infinita de Dios ha puesto la salvación eterna al alcance real de todos los hombres. Es, pues, conforme al dogma, creer que los no cristianos que de buena fe invocan a Dios (sin fe es imposible salvarse), están arrepentidos de sus pecados (no puede cohabitar el pecado con la gracia), tienen el deseo de hacer todo lo necesario para salvarse (cumplen la ley natural e ignoran inculpablemente a la verdadera Iglesia), quedan justificados por el bautismo de deseo (cfr. Lumen gentium, n. 16). En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir ‘Dejad que los niños se acerquen a mí, no se los impidáis’ (Mc. 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es m s apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo (Catecismo, n. 1261).
2º. El bautismo de sangre es el martirio de una persona que no ha recibido el bautismo, es decir, el soportar pacientemente la muerte violenta por haber confesado la fe cristiana o practicado la virtud cristiana. Jesús mismo dio testimonio de la virtud justificativa del martirio: A todo aquel que me confesare delante de los hombres yo también le confesar‚ delante de mi Padre que est en los cielos (Mt. 10, 32); El que perdiere su vida por amor mío, la encontrar (Mt. 10, 39); etc.
La Iglesia venera como mártir a Santa Emereciana, que antes de ser bautizada fue martirizada sobre el sepulcro de su amiga Santa Inés, al que había ido a orar. De Valentiniano II, que fue asesinado mientras se dirigía a Milán para recibir el bautismo, dijo San Anselmo: Su deseo lo ha purificado (De obitu Valent. 51). Conforme al testimonio de la Tradición y la liturgia (por ejemplo, la festividad de los Santos Inocentes), también los niños que no han llegado al uso de razón pueden recibir el bautismo de sangre.
EL MINISTRO DEL BAUTISMO
El ministro ordinario del bautismo es el Obispo, el presbítero y el diácono (CIC, c. 861, & 1).
En el caso de urgente necesidad, puede administrarlo cualquier persona, aun hereje o infiel, con tal que emplee la materia y la forma prescritas (ver 2.3) y tenga intención al menos de hacer lo que la Iglesia hace.
"En caso de necesidad, no sólo puede bautizar el sacerdote o el diácono, sino también un hombre o una mujer, e incluso un pagano y un hereje, con tal que lo haga en la forma que lo hace la Iglesia y que pretenda hacer lo que ella hace" (Dz. 696). Ya antes, el Concilio de Letrán definió como verdad de fe que el bautismo puede administrarlo válidamente cualquier persona (cfr. Dz. 430). La razón de lo anterior es clara: siendo el bautismo absolutamente necesario para la salvación, quiso Jesucristo facilitar extraordinariamente su administración poniéndolo al alcance de todos. Es por eso que la Iglesia indica que "los pastores de almas, especialmente el párroco, han de procurar que los fieles sepan bautizar debidamente" (CIC, c. 861, & 2).
Si el niño permanece vivo tras el bautismo de emergencia, se debe notificar al párroco correspondiente, el cual averiguar la validez del sacramento, registrándolo en los archivos parroquiales y completando las ceremonias adicionales.
Fuera de caso de necesidad, el bautismo administrado por una persona cualquiera sería válido, pero gravemente ilícito (cfr. CIC, c. 862).
EL SUJETO DEL BAUTISMO
"Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano no bautizado, y sólo él" (CIC, c. 864).
Los sujetos incapaces son sólo los ya bautizados o los muertos. En duda si la persona vive, se administra bajo condición: Si vives, yo te bautizo... "Cuando hay duda sobre si alguien fue bautizado, o si el bautismo fue administrado válidamente, y la duda persiste luego de cuidadosa investigación, se ha de bautizar bajo condición: Si no estás bautizado, yo te bautizo..."
Para estudiar las condiciones que han de reunir los que se bautizan, distinguiremos al sujeto adulto del que no ha llegado al uso de razón.
1o. Los adultos
Para quienes han llegado al uso de razón es necesaria la intención de recibir el bautismo, de manera que el bautizado sin voluntad de recibir el sacramento, ni lícita, ni válidamente es bautizado (Instr. de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, 3-VIII-1860).
Estaría en este caso, por ejemplo, el infiel que sea obligado a recibir el bautismo, o que finja recibirlo para sacar provechos personales, o si mientras duerme es bautizado sin su consentimiento, etc.
Para recibirlo lícitamente, se requiere (cfr. CIC, c. 865, & 1):
- que el sujeto tenga fe (recuérdense las palabras de Mc. 16, 16: El que creyere y fuere bautizado, se salvará: primero la fe, luego el bautismo). Las verdades de fe en las que al menos debe creer, son: la existencia de Dios, que Dios es remunerador, la Encarnación del Verbo, y la Santísima Trinidad. Ha de preceder al bautismo, por tanto, la instrucción suficiente sobre estas verdades; ya después de bautizado habría de ser instruido en las demás;
- que esté arrepentido de sus pecados (Hechos 2, 38: arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros) pues, como hemos dicho, la gracia en este caso, la que recibe el bautizado es incompatible con el pecado.
De lo anterior se seguiría, por ejemplo, que quien acepte ser bautizado por miedo, recibir válidamente el sacramento, puesto que le faltaría la intención de recibirlo, aunque mientras no tuviera la fe y la penitencia debidas, sería infructuoso en él.
2o. Los niños
Es válido y lícito el bautismo de los niños que aún no llegan al uso de razón.
Inocencio III lo declaró verdad de fe contra los valdenses (Dz. 424 y 430); el Conc. de Trento contra los anabaptistas (que repetían el bautismo cuando el individuo llegaba al uso de razón) y contra los protestantes (afirmaban que al ser la fe causa eficaz de la validez sacramental, se requería que el sujeto la poseyera en acto: cfr. Dz. 867 a 870).
La costumbre de bautizar a los niños es muy antigua en la Iglesia. Ya el Conc. de Cartago (a. 418) declaró contra los pelagianos que los niños recién nacidos del seno materno han de ser bautizados (canon 2). La misma doctrina se declaró en Efeso y en otros muchos Concilios (II de Letr n, IV de Letrán, Vienne, Florencia, etc.).
Según la doctrina católica, la fe actual del niño puede faltar, pues no es ella la causante de la eficacia sacramental como afirman los protestantes sino sólo un acto dispositivo. La fe en acto es sustituida por la fe de la Iglesia.
Una profunda fundamentación filosófica de este importante tema es tratada en la Suma Teológica, III, q. 68, a. 9. Santo Tomás de Aquino (cfr. S. Th., III, q. 68, a. 9) prueba que no sólo es lícito y válido bautizar a los niños, sino que además:
- es necesario bautizarlos, ya que nacen con la grave mácula del pecado original, que sólo el bautismo puede curar (resultaría análogo el caso del niño que nace enfermo y no se busca su alivio);
- es conveniente porque, como la gracia se produce ex opere operato, ya desde esa tierna edad son poseedores de los bienes sobrenaturales y reciben la constante actuación benéfica del Espíritu Santo en sus almas.
Con frecuencia algunos se preguntan: ¿Está bien que los padres o los padrinos acepten en nombre del niño unas obligaciones sin saber si luego serán aceptadas? Es verdad que el bautismo impone obligaciones y exige responsabilidades, pero también la vida, y la educación del párvulo exigen responsabilidades y, con todo, no se pregunta al niño si quiere asumir las cargas de la escuela o de la vida, sino que se le prepara para hacerlo porque son para él un bien.
El bautismo es un don, el mayor de todos los dones. Para recibir un don no se requiere el consentimiento explícito. ¿No hay acaso leyes por las que los padres o tutores pueden y deben aceptar una herencia en nombre de su hijo? ¿Por qué razones habría que hacer una excepción con el bautismo, que abre camino a los tesoros de la gracia?
Tampoco es motivo suficiente decir que siempre queda tiempo para recibir el bautismo, en edad adulta. Esto equivaldría a decir que no tiene importancia alguna el beneficio que recibe el niño desde pequeño, o exponerle durante años al peligro de perder el cielo eternamente. Y, puesto que nadie tiene seguro un solo día de vida terrena, luego tampoco está asegurado el bautismo más adelante si a su tiempo no lo recibió por negligencia de sus padres.
En vista de la importancia que el bautismo tiene para la salvación, la legislación de la Iglesia indica que los padres tienen obligación de hacer que los hijos sean bautizados en las primeras semanas (CIC, c. 867 & 1), y si el niño se encuentra en peligro de muerte, debe ser bautizado sin demora"" (Ibid., & 2).
Por la misma razón, también se indica que el niño de padres católicos, e incluso no católicos, en peligro de muerte, puede lícitamente ser bautizado, aun contra la voluntad de sus padres (c. 868, & 1); aunque fuera del peligro de muerte, no se ha de bautizar al niño cuyos padres se opongan, por no tener la esperanza de poder educarlo en la religión católica (Ibid.).
Por último, se indica que:
- El niño expósito o que se halló abandonado, debe ser bautizado, a no ser que conste su bautismo después de una investigación diligente (c. 870);
- En la medida de lo posible se deben bautizar los fetos abortivos, si viven (c. 871).
La doctrina de que el feto humano está informado por el alma racional desde el primer momento de su concepción, es la razón por la que el legislador manda bautizar si se produce un aborto. Es de notar que esta doctrina es tan firme, que no tiene lugar en este caso el bautismo bajo condición, si consta que el feto está vivo.
Las mismas razones aducidas para el bautismo de los niños han de emplearse cuando se trata de dementes que nunca han tenido uso de razón.
LOS PADRINOS DEL BAUTISMO
Padrinos son las personas designadas por los padres del niño -o por el bautizado, si es adulto-, para hacer en su nombre la profesión de fe, y que procuran que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones del mismo (CIC, c. 872).
La legislación de la Iglesia en torno a los padrinos del bautismo estipula que:
- ha de tenerse un solo padrino o una madrina, o uno y una (CIC, c. 873);
- para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que:
tenga intención y capacidad de desempeñar esta misión;
haya cumplido 16 años;
sea católico, esté confirmado, haya recibido el sacramento de la Eucaristía y lleve una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir;
no esté afectado por una pena canónica;
no sea el padre o la madre de quien se bautiza (cfr. CIC, c. 874 & 1).
¿Qué es el año litúrgico?
El año litúrgico celebra la obra salvadora de Cristo en el tiempo, pero es también expresión de la respuesta de conversión y de fe por parte de la Iglesia. Se trata de hacer presente el misterio de Cristo en el tiempo de los hombres para reproducirlo en sus vidas, para que lo asimilen.
Es un deber de la Iglesia celebrar en días determinados la obra salvadora de Jesucristo. Así, cada semana se conmemora el misterio de Cristo en el día “del Señor”, el domingo. Además, en el círculo del año se desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la venida gloriosa del Señor. Con la celebración se abren las riquezas del poder santificador y de los méritos del Señor, de tal manera que se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y asumirlos.
En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, se venera con amor especial a la Virgen María. Además, la Iglesia introdujo el recuerdo de los mártires y de los demás santos, en los que proclama el misterio pascual cumplido en ellos y nos los propone como ejemplos.
¿Cuál es la fin del año litúrgico en la vida de un cristiano?
El año litúrgico, con sus diversas etapas, actúa como un troquel que imprime en nuestra alma la imagen de Cristo y que nos moldea y asemeja cada vez más a Él. El continuo discurrir de años litúrgicos no es circular, de eterno retorno, sin progreso, estando siempre en el mismo lugar, sino que es como una espiral que asciende por un cono. Nunca estamos en el mismo punto, aunque comencemos de nuevo a considerar esos misterios. Siempre estamos más asimilados e insertados sacramentalmente en Cristo.
Esta es la tarea y función del año litúrgico. Su grandeza reside en que pasa casi inadvertida, pero es eficaz. Sacramento a sacramento, oración a oración, somos cada vez más semejantes a Jesús, presente y operante en los misterios.
¿Cuáles son los tiempos litúrgicos de la Iglesia?
La Iglesia tiene varios tiempos litúrgicos, y cada uno, se le asigna un color y un sentido:
· Tiempo de Adviento, enfatizando la dimensión de espera de la venida del Señor. Tiempo de preparación para Navidad. Su color es el morado.
· Tiempo de Navidad, considerando el misterio del Dios-con-nosotros, Dios hecho hombre y su manifestación a los hombres. Su color es el blanco.
· Tiempo de Cuaresma, donde profundizamos en el misterio del Señor en el desierto ayunando y siendo tentado por Satanás. Tiempo de preparación para Pascua. Su color es el morado.
· Tiempo Pascual: considerando la resurrección del Señor y el envío del Espíritu Santo, con su espera y petición durante el final la cincuentena. Su color es el blanco y el rojo.
· Tiempo Ordinario: Es un tiempo distribuido a lo largo de 33 ó 34 semanas, no seguidas. Su color es el verde.